Los sueños.
El sueño es un lenguaje, una forma de expresión comunicativa
de una serie de situaciones, de vivencias, de experiencias propias
de un sujeto.
En la antigüedad se pensaba que el sueño era un mensaje
de los dioses el cual había de ser interpretado en cuanto que
designio divino. Heráclito de Efeso por su parte consideraba
que aquellos seres que están en vela tenían un mundo
distinto pero compartible, mientras que los que duermen, cada uno
de ellos se dirigiría a un mundo propio y cuando soñamos
no estaríamos en relación con el todo.
En la Grecia helénica el sueño era sinónimo de
locura. Homero, por ejemplo, planteaba que los sueños son demonios
(no en el sentido bíblico de nuestra cultura judeo-cristiana,
sino en el sentido de dioses menores). Estos mensajes de los dioses
eran interpretados por los oráculos.
Posteriormente en el Imperio Romano comienza a aparecer una cierta
crítica al sentido teológico de los sueños. En
este sentido, por ejemplo Petronio planteaba que no es lo sagrado
ni el despotismo de los dioses lo que envía los sueños
sino que el hombre se los crea para sí. Posidonio por su parte
decía que los sueños son una fuerza explicable y natural
aunque secreta y llena de misterios. Lucrecio afirmaba que las vivencias
oníricas son dependientes de los sucesos de la vida diaria;
los temores, los deseos y los impulsos sexuales.
Pero el hablar del sueño y de los sueños implica como
necesaria contrapartida tener que hablar del estado de vigilia. El
sueño sólo el sujeto soñante lo ve; es él
quien se deleita y/o se tortura con lo que está viviendo.
Las imágenes, los sentimientos le pertenecen en forma exclusiva
y singular. Cuando soñamos cortamos los vínculos sensoriales
con el resto del mundo y nos aislamos en nuestro propio mundo.
Cuando soñamos ignoramos que lo estamos haciendo y en ese sentido
podríamos decir que somos ignorantes de nuestro soñar.
Por el contrario, en el estado vigil somos plenamente conscientes
de lo que estamos llevando a cabo mientras que durante el transcurso
del proceso onírico no somos dueños de la conciencia,
de lo que soñamos, de lo que fantaseamos, a diferencia de una
fantasía dirigida ocurrida durante y en el estado vigil.
La forma en que fisiológicamente ha de manifestarse el sueño
es un hecho que depende de la edad y de correlaciones neurofisiológicas
propias de cada persona. A ello se sumaría la inexistencia
de una interpretación consensual y universalmente válida
acerca del significado del simbolismo onírico.
Entonces tendríamos que mientras dormimos, mientras soñamos,
ese soñar implicaría y abarcaría la totalidad
de nuestra existencia y sólo tendríamos conciencia de
él al despertar. Mientras soñamos somos el sueño
y no existe posibilidad alguna de relacionarme con los otros.
En el estado vigil somos conscientes y reconocemos nuestro ayer, nuestro
presente y nuestro mañana, pero al soñar no existe otra
posibilidad que el sueño. En el sueño el mundo deja
de existir pues soy el mundo, soy omnipotencia impotente, soy intemporalidad
temporal, es de alguna manera la realización que no llegará
a concretarse del ser en sí. En nuestra existencia vigil consciente
el hoy se conecta con el pasado y nos prepara para el futuro. En los
sueños ello no ocurre e incluso no podemos hablar de sueños
repetido porque dicha relación repetitiva sólo es pasible
de ser llevada a cabo durante y en el estado de conciencia vigil;
mientras dura el estado onírico dicho proceso involucra la
totalidad de nuestro ser, por ende, independientemente del número
de veces que un determinado sueño se repita, nunca perderá
su carga emocional.
Es al despertar cuando se da el enlace entre la existencia real en
cuanto hace a nuestro ser en el mundo y lo soñado. Nunca rememoramos
un sueño tal como tuvo lugar mientras lo soñábamos,
siempre existirá algo que le es propio y exclusivo a ese proceso
onírico, mientras que en el estado vigil lo podemos rememorar
hasta en sus más pequeños detalles e inclusive, y mejor
dicho, lo habremos de re-elaborar en el presente vivido (elaboración
secundaria), puesto que habrán elementos y/o partes constitutivas
de nuestro ser en el mundo onírico que no nos permitimos
recordar en tanto que implicaría el enfrentarnos y tomar conciencia
de aquello que nos atormenta y que sólo en y a
través de nuestra omnipotencia e impotencia oníricas
nos permitimos enfrentar.
Dice Freud en La interpretación de los sueños
que al dormir se deja de lado el interés por el mundo. Pero
en base a lo que hemos venido exponiendo, en verdad se es el mundo;
no se deja de lado el interés por, sino que se es el mundo,
se es el ser ahí. Al dormir re-creamos el mundo.
Tanto nos sumergimos en él que nos constituimos en el mundo
y lo re-creamos en base a nuestros intereses. Cada elemento
constitutivo del sueño es parte nuestra (y ello surge durante
el proceso psicoterapéutico).
La muerte.
Es poco lo que conocemos de la prehistoria de la humanidad, pero lo
poco que conocemos lo sabemos a través de las tumbas y ello
porque los cuerpos están acompañados por una serie de
objetos que le iban a servir al muerto de ayuda en el más allá,
de sustento en la otra vida; que le iban a acompañar en su
tránsito hacia la otra vida. Y esto de alguna manera es algo
que se repite en todas las culturas, llegando inclusive a manifestarse
en nuestros días. Esta concepción de una vida en el
más allá se repetiría como una constante a lo
largo de toda la historia de la humanidad.
Con la evolución de las culturas el concepto de muerte se va
intelectualizando. El concepto de eternidad, de trascender la muerte,
de un no aceptar la muerte física es una constante de todas
las culturas, de todas las épocas y que nos influye en nuestra
cotidianeidad. Los muertos siguen formando parte de nuestra vida activa
en cuanto los recordamos. La conservación de las tumbas, de
los cuerpos, de las figuras de los seres que ya no están con
nosotros siguen marcando la presencia de alguien que no está,
pero que se encuentra presente.
Este trascender la muerte tendría como polo contrario a la
eternidad. Y aquí se daría una crisis existencial en
tanto somos conscientes de nuestra no-eternidad. Como diría
Plotino, los animales son mortales y no son conscientes de ello; los
dioses son inmortales y son conscientes de ello, pero el pobre hombre,
a mitad de camino entre ambos, es mortal y es consciente de ello y
en ello radicaría su angustia existencial básica.
Hay dos opciones: o nos morimos (dejar de ser), o no nos morimos (llegar
a ser), y ambas opciones son realmente desesperantes, ambas nos provocan
una angustia, una dificultad existencial que es y se siente como universal.
En este sentido podríamos decir que la vida de todo ser está
signada por dos absurdos: el haber nacido y el tener que morir. Y
en el medio se daría la existencia.
Lo que en realidad vivimos es la muerte del otro. Vivimos un hecho
externo a nosotros mismos; vivimos la falta de ese interlocutor, pero
no la muerte en sí de ese interlocutor; vamos a vivir las consecuencias
que va a tener para nosotros la no existencia del otro, pero no vamos
a experienciar su muerte.
El en sí sigue existiendo porque es eterno, lo
que se frena es el para sí que es la forma en que
uno vive.
No se puede tener experiencia de la muerte porque ella es la negación
de la vida.
Dice Heidegger: Uno sabe de la muerte cierta y sin embargo no
es cierto propiamente de ella... A la certidumbre va unida la indeterminación
de su cuando.
Por otra parte dice Sartre que aceptar morir por vejez es aceptar
que la vida sea una empresa limitada. Vamos a vivir nuestra vida en
función de cumplir nuestros objetivos a esa fecha y por ello
decimos que es una empresa limitada. Pero el problema radicaría
en que nos podemos morir en cualquier momento, entonces ese objetivo
que es limitado sería además fallido, porque puede terminar
en cualquier momento.
Ese objetivo lo más probable es que sea fallido. A punto tal
que clínicamente es usual la muerte de muchas personas al poco
tiempo de su jubilación y ello porque dejamos de hacer una
tarea, fallamos en la realización de esa tarea
y no sabemos cuando va a fallar, no podemos programar ese cuando.
La muerte es una pérdida para los sobrevivientes. La pérdida
que vive el muerto es una pérdida a la que no podemos
llegar a conocer y porque vivir es ser en el mundo, no
podemos conocer aquello que se encuentra siendo fuera del mundo.
El ser es pero nosotros vamos a dejar de ser, lo que además
de ser una contradicción es un generador de angustia y esa
angustia la sentimos porque estamos siendo; somos un ser en
el mundo que tiene la capacidad de sentir, que pone en duda
su ser en sí mismo. Y la defensa que tenemos para ello sería
una actitud de indiferencia.
En este sentido Sartre plantea que uno puede esperar una muerte particular
pero no la muerte. La muerte como tal nunca la podemos
enfrentar porque nunca la conocemos, sólo conocemos formas
de muerte.
Como dice este filósofo francés: La muerte no
es mi posibilidad de realizar más presencias en el mundo, sino
una nihilización siempre posible de mis posibles, que está
fuera de mis posibilidades.
Vivimos planteando posibles de posibilidades posibles (valga la redundancia)
que puedan ocurrir, por lo tanto la muerte anula desde cualquier punto
de vista, le sustrae trascendencia, le quita posibilidad de existencia,
niega todas las realidades, le quita valores concretos al ser una
posibilidad que va a anular mis futuros posibles.
Como dice Sartre: Nuestra vida no es sino una larga espera.
Todas esas esperas comportan una referencia a un término último
al que se lo espera, pero del que no se espera nada, porque después
de la muerte lo que hay es nada.
Cada uno de nosotros forma parte de la comprobación del para
sí (ser en el mundo), que le hacen los otros. Por lo
tanto todos aquellos que ayudaron a nuestra comprobación de
ser en el mundo forman nuestro pasado. Como somos nuestro
pasado y nuestro pasado permanece en nosotros, esos seres permanecen
en nosotros.
Perdemos existencia personal, pero pasamos a integrar la existencia
colectiva. Mi muerte, al pasar a integrar el mundo, pasa a formar
parte de una existencia colectiva; compromete a otros de la misma
forma que mi vida compromete a otros.
Nuestra existencia personal se carga de todas las existencias pasadas
que inciden de alguna forma en nuestra existencia, pero la no existencia
también implica una forma de incidir en nuestra vida.
La memoria de ese ser persiste en los otros. Y al respecto decía
Sartre que la irreversibilidad de la temporalidad es el carácter
propio de una libertad que se temporaliza. La vida de cada uno de
nosotros es única e irrepetible. No se va a dar ni se dio otra
existencia idéntica a la que nosotros estamos desarrollando.
Y va a llegar un momento en que se va a terminar. Por lo tanto, cada
acto de mi existencia es un acto que compromete a otros. Y si no fuera
finita no tendría ese compromiso, pues tendría todo
el tiempo del mundo para reparar mis actos. Al no tener dicho tiempo
y al correr el riesgo constante de que mi tarea sea una tarea fallida,
debo estar permanentemente optando entre distintas posibilidades que
comprometen al otro y a mí como causante de ese compromiso
con el otro.
La única posibilidad entonces de ser libres es siendo finitos.
Bibliografía Consultada.
M. Heidegger - "El ser y el tiempo"
M. Heidegger - "¿Qué es la metafísica?
M. Heidegger - "El concepto de tiempo"
M. Heidegger - "El eterno retorno de lo mismo y la voluntad de
poder"
M. Heidegger - "La cosa"
M. Heidegger - "Construir, habitar, pensar"
M. Heidegger - "¿Qué significa pensar?"
J. P. Sartre - "El ser y la nada"
J. P. Sartre - "El existencialismo es un humanismo"
J. P. Sartre - "La naúsea"
J. P. Sartre - "A puertas cerradas"
Germán H. PASTORINI, Licenciado en Psicología, gerpas@adinet.com.uy
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